
El viento hace resonar la buhardilla. La sierra ruge y las luces de emergencia se iluminan varias veces durante la noche. Lo percibo desde “el intervalo que separa la vigilia del sueño” y me parece estar en mi isla oyendo el mar aparearse contra la marina. Antesdeayer en las gélidas temperaturas del norte, ayer en la nieve de la Meseta y hoy en el vendaval de la Sierra, la Naturaleza continúa su sinfonía de pasión y guerra.
Estamos rodeados por un vertical de rocas. La ciudad se va quedando lejos y nos acercamos al corazón de la montaña entre curvas y paradores. En ese corazón de piedras reina una con forma de Cruz que nos da la bienvenida. Piedra entre piedras, tallada en símbolo para reflejar el Sentido.
Los monjes nos saludan. Tienen esa mirada profunda y cariñosa que nos hace reconocer en ellos lo mejor que tenemos. Van llegando paulatinamente el resto de rebeldes y nos saludamos con inusual ardor para ser la primera vez que muchos nos vemos. Quizá es que nos estábamos buscando desde hace tiempo y… por fin. Por fin, nos hemos encontrado.
La luz eléctrica ha desaparecido entre la naturaleza. Nos acercamos a la sala donde un fuego invitador nos recibe para construir un hogar.
Un hogar de hombres libres.
Nueve hombres alrededor de una mesa redonda se han unido para dar testimonio, denunciar un crimen y compartir su Fe para desarrollarla en acción. La biblioteca de la sala queda en la penumbra y todo es un contraluz enmarcado entre el fuego que chisporrotea y ventanales que dibujan nieve. La reunión comienza, y un juego de perfiles explican el por qué de estar aquí. Se recuerda que cada persona es un rayo de sol hacia el gran astro. Cuanto mas cerca estén del sol, mas se acercarán ellos mismos.
Estos hombres vienen de más allá de las montañas. Alguno incluso de más allá de los mares. Tienen edades diversas, biografías diferentes, heridas distintas. Pero se han encontrado por la Gracia de Dios para evitar un naufragio anunciado y construir un arca de salvación.
Cada uno da parte de su situación y de donde vienen, del por qué Dios ha querido que estén aquí ahora. De su particular combate hacia un mundo conquistado por dioses que exigen veneración y sacrificio. De dioses que exigen vidas para ofrecer vacío. De dioses que han expulsado a Dios para recluirle en templos y neuronas subjetivas y ociosas. Residencia de exilio y cárcel hasta la desaparición. Estos hombres vienen huyendo de la muerte. Y no quieren solo sobrevivir, sino buscar La Vida. Su Vida. Vienen buscando el manantial del agua eterna que les ha formado y que se quiere secar.
Los nueve hombres terminan el debate. Se visita el monasterio, hogar románico. Ese arte diseñado para la Iglesia militante y combativa, el arte de trinchera que conserva y defiende la esencia. El hogar del monje, místico y guerrero que se defiende y encara al exterminio. En una pequeña capilla los nueve rezan, piden, se dan la Paz y comulgan en memoria de Cristo. Haciéndose todos Hermanos. Nueva familia que escucha el consejo del sacerdote-padre en esta aventura hacia la Vida.
L la comida se unen los monjes, las piedras vivas y libres del monasterio. Sus ojos vivos de niños inquietos y sabios con cuerpos de adultos nos enriquecen con su presencia. Son testigos de la Vida, viven en ella. Nos hablan de ella con tanta humildad, ardor y testimonio que asusta tanta lucidez.
Se come y se ríe. Se comparte el vino como en las bodas de Caná. Se desborda la alegría en esta fiesta de hermanos. “Mientras no nos quiten la alegría no nos quitarán nada” comentan.
Es tiempo de volver. Nos abrazamos con emoción anhelando el nuevo encuentro. Se abre el portalón. Un nuevo sol helado reluce en la sierra y el viento entona su oda en A Major.
El viaje ha comenzado.