martes, 2 de diciembre de 2008

Frente a los jueces que no quieren la Cruz ...


Te saeculorum Principem, Te, Christe, Regem Gentium,
Te mentium, Te cordium Unum fatemur arbitrum.

Scelesta turba clamitat: Regnare Christum nolumus:
Te nos ovantes omnium Regem supremum dicimus.

O Christe, Princeps Pacifer, Mentes rebelles subiice:
Tuoque amore devios, Ovile in unum congrega.

Ad hoc cruenta ab arbore, Pendes apertis brachiis:
Diraque fossum cuspide Cor igne flagrans exhibes.

Ad hoc in aris abderis Vini dapisque imagine,
Fundens salutem filiis Transverberato pectore.

Te nationum Praesides Honore tollant publico,
Colant magistri, iudices, Leges et artes exprimant.

Submissa regum fulgeant Tibi dicata insignia:
Mitique sceptro patriam Domosque subde civium.

Iesu, tibi sit gloria, Qui sceptra mundi temperas,
Cum Patre et almo Spiritu, In sempiterna saecula. Amen.


Oh Príncipe absoluto de los siglos, Oh Jesucristo, Rey de las naciones:
Te confesamos árbitro supremo De las mentes y de los corazones.

La turbamulta impía vocifera: "No queremos que reine Jesucristo";
Pero en cambio nosotros te aclamamos, Y Rey del universo te decimos.

Oh Jesucristo, Príncipe pacífico: Somete a los espíritus rebeldes,
Y haz que encuentren el rumbo los perdidos. y que en un solo aprisco se congreguen.

Para eso pendes de una cruz sangrienta, Y abres en ella tus divinos brazos;
Para eso muestras en tu pecho herido Tu ardiente corazón atravesado.

Para eso estás oculto en los altares Tras las imágenes del pan y el vino;
Para eso viertes de tu pecho abierto Sangre de salvación para tus hijos.

Que con honores públicos te ensalcen Los que tienen poder sobre la tierra;
Que el maestro y el juez te rindan culto, Y que el arte y la ley no te desmientan.

Que las insignias de los reyes todos Te sean para siempre dedicadas,
Y que estén sometidos a tu cetro Los ciudadanos todos de la patria.

Glorificado seas, Jesucristo, Que repartes los cetros de la tierra;
Y que contigo y con tu eterno Padre Glorificado el Paracleto sea

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Católicos en la res publica



No cabe duda que uno de los terrenos que la modernidad ha devastado con mayor profusión es el de la política, el de la "res publica". Es este un tema que da para mucho, y que entronca de forma directa con los objetivos que Vincula Christi se propone desarrollar como asociación.


Viene este breve comentario a colación del discurso que SS Benedicto XVI pronunciara el pasado 15/11/2008 en la audiencia a los participantes en la XXIII asamblea plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos, con el tema "Veinte años de la
Christifideles laici: memoria, desarrollo, nuevos desafíos y tareas". Un texto "imperdible", de suma claridad y concisión, y que no puede pasar inadvertido para los católicos que hoy estamos en el mundo, llamados a "restaurar todas las cosas en Cristo". A continuación les ofrecemos la traducción española del discurso en cuestión (fuente: ZENIT).

Señores cardenales,

venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,

queridos hermanos y hermanas.

Estoy contento de encontraros hoy, a vosotros Miembros y Consultores del Consejo Pontificio para los Laicos, reunidos en asamblea plenaria. Saludo al cardenal Stanisław Rylko y a monseñor Josef Clemens, presidente y secretario del dicasterio, y junto a ellos a los demás prelados presentes. Doy una especial bienvenida a los fieles laicos procedentes de las diferentes experiencias apostólicas y los diversos contextos sociales y culturales. El tema elegido para vuestra Asamblea - "Veinte años de la Christifideles laici: memoria, desarrollo, nuevos desafíos y tareas" - nos introduce directamente en el servicio que vuestro dicasterio está llamado a ofrecer a la Iglesia para el bien de los fieles laicos en todo el mundo.


La exhortación apostólica Christifideles laici, considerada como la magna charta del laicado católico en nuestro tiempo, es el fruto maduro de las reflexiones y el intercambio de experiencias y propuestas de la VII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tuvo lugar en el mes de octubre de 1987 sobre el tema "Vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo". Se trata de una revisión orgánica de las enseñanzas del Concilio Vaticano II acerca de los laicos - su dignidad de bautizados, la vocación a la santidad, la pertenencia a la comunión eclesial, la participación en la edificación de las comunidades cristianas y en la misión de la Iglesia, el testimonio en todos los ambientes sociales y la tarea al servicio de la persona para su crecimiento integral y para el bien común de la sociedad-, temas presentes sobre todo en las constituciones Lumen gentium y Gaudium et spes, como también en el decreto Apostolicam actuositatem.

A la vez que retoma las enseñanzas del Concilio, la Christifideles laici orienta el discernimiento, la profundización y la orientación del compromiso laical en la Iglesia, frente a los cambios sociales de estos años. Se ha desarrollado en muchas Iglesias particulares la participación de los laicos gracias a los consejos pastorales, diocesanos y parroquiales, que se ha revelado muy positiva en cuanto es animada por un auténtico sensus Ecclesiae. La viva conciencia de la dimensión carismática de la Iglesia ha llevado a apreciar y valorar tanto los carismas más sencillos que la Providencia de Dios dispensa a las personas, como a aquellos que aportan gran fecundidad espiritual, educativa y misionera. No por casualidad, el Documento reconoce y anima la "nueva época asociativa de los fieles laicos", signo de la "riqueza y la versatilidad de los recursos que el Espíritu alimenta en el tejido eclesial" (n. 29), indicando los "criterios de eclesialidad" que son necesarios, por una parte, para el discernimiento de los pastores, y por otra, para el crecimiento de la vida de las asociaciones de fieles, de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades. A propósito de esto quiero agradecer al Consejo Pontificio para los Laicos, de forma muy especial, por el trabajo llevado a cabo durante las pasadas décadas al acoger, acompañar, discernir, reconocer y animar a estas realidades eclesiales, favoreciendo la profundización en su identidad católica, ayudándoles a insertarse más plenamente en la gran tradición y en el tejido vivo de la Iglesia, y secundando su desarrollo misionero.

Hablar del laicado católico significa referirse a innumerables personas bautizadas, comprometidas en múltiples y variadas situaciones para crecer como discípulos y testigos del Señor y redescubrir y experimentar la belleza de la verdad y la alegría de ser cristianos. La actual condición cultural y social hace aún más urgente esta acción apostólica para compartir a manos llenas el tesoro de gracia y de santidad, de caridad, doctrina, cultura y obras, de la que está compuesta el flujo de la tradición católica. Las nuevas generaciones no sólo son destinatarias preferenciales de este transmitir y compartir, sino también sujetos que esperan en su propio corazón propuestas de verdad y de felicidad para poder dar testimonio cristiano de ellas, como ya sucede de modo admirable. He sido, yo mismo, nuevamente testigo en Sydney, en la reciente Jornada Mundial de la Juventud. Y por ello animo al Consejo Pontificio para los Laicos a continuar con la obra de esta peregrinación global providencial de los jóvenes en nombre de Cristo, y a trabajar en la promoción, en todas partes, de una auténtica educación y pastoral juvenil.

Conozco también vuestro empeño en cuestiones de especial relevancia, como la de la dignidad y participación de las mujeres en la vida de la Iglesia y de la sociedad. He tenido ya ocasión de apreciar el Congreso promovido por vosotros a los veinte años de la promulgación de la Carta Apostólica Mulieris dignitatem, sobre el tema "Mujer y hombre, el humanum en su integridad". El hombre y la mujer, iguales en dignidad, están llamados a enriquecerse mutuamente en comunión y colaboración, no sólo en el matrimonio y en la familia, sino también en la sociedad en todas sus dimensiones. A las mujeres cristianas se les pide conciencia y valor para afrontar tareas exigentes, para las cuales sin embargo no les falta el apoyo de una fuerte propensión a la santidad, una especial agudeza en el discernimiento de las corrientes culturales de nuestro tiempo, y la particular pasión en el cuidado de lo humano que le caracterizan. Nunca se dirá suficiente sobre cuánto la Iglesia reconoce, aprecia y valora la participación de las mujeres en su misión al servicio de la difusión del Evangelio.


Permitidme, queridos amigos, una última reflexión sobre la índole secular característica de los fieles laicos. El mundo, en el entramado de la vida familiar, laboral, social, es el lugar teológico, el ámbito y medio de realización de su vocación y misión (cfr Christifideles laici, 15-17). Cada ambiente, circunstancia, y actividad en el que se espera que pueda resplandecer la unidad entre la fe y la vida está confiado a la responsabilidad de los fieles laicos, movidos por el deseo de comunicar el don del encuentro con Cristo y la certeza de la dignidad de la persona humana. ¡A éstos les corresponde hacerse cargo del testimonio de la caridad, especialmente con los más pobres, los que sufren y los necesitados, así como asumir todo compromiso cristiano orientado a construir condiciones de una paz y justicia cada vez mayores en la convivencia humana, de forma que se abran nuevas fronteras al Evangelio! Pido, por tanto, al Consejo Pontificio para los Laicos que siga con diligente atención pastoral la formación, el testimonio, y la colaboración de los fieles laicos en las situaciones más diversas en las que están en juego la auténtica calidad humana de la vida en la sociedad. Particularmente, confirmo la necesidad y la urgencia de la formación evangélica y del acompañamiento pastoral de una nueva generación de católicos comprometidos en la política, que sean coherentes con la fe profesada, que tengan rigor moral, capacidad de juicio cultural, competencia profesional y pasión de servicio hacia el bien común.

El trabajo en la gran viña del Señor tiene necesidad de christifideles laici que, como la Santísima Virgen María, digan y vivan el "fiat" al diseño de Dios en sus vidas. Con esta perspectiva, os agradezco por la preciosa aportación a tan noble causa y de corazón os imparto a vosotros y a vuetsros seres queridos la Bendición Apostólica.



lunes, 20 de octubre de 2008

Estatutos de la Asociación: Preámbulo



El hombre busca la verdad y alguien de quien fiarse, escribe el Papa Juan Pablo II en la carta encíclica Fides et Ratio. Y esta búsqueda, junto al deseo de la belleza y el bien, es el factor determinante de lo humano por cuanto en ella se desvela, siquiera parcialmente, la humanidad al hombre. Por eso, ponerse en búsqueda, es una exigencia para poder construir la vida sobre una verdad que la inteligencia pueda reconocer como tal.


Esa búsqueda que trataba de comprender el Lògos de la realidad llegando a su primer principio ha cristalizado, en nuestra cultura occidental y de un modo sobresaliente, en la experiencia cristiana, que ha fecundado y vertebrado la vida de los hombres durante largos siglos, arrojando a su paso un torrente de creaciones espirituales, artísticas, filosóficas, asistenciales y culturales de extraordinario valor. Sin embargo esta experiencia, desde hace cinco siglos ya, quedó fragmentada dando paso a lo que ahora conocemos como modernidad caracterizada por la fractura nominalista entre el ser y la palabra que terminaría alumbrando el absolutismo y una concepción de la relación del hombre con el mundo circunscrita a términos de puro dominium.


Estos hechos, entre otros, dieron lugar a la marginación de la experiencia cristiana a un espacio propio y cerrado que es una invención típicamente moderna: el espacio de lo religioso, separado y fuera de otros espacios del conocimiento y de la actividad humanas, concibiéndose como dos mundos inconexos y extraños el uno para con el otro. Este es el origen del dualismo que ha ido contaminando más y más esa experiencia cristiana y que ha terminado generando el ateísmo y el nihilismo contemporáneos. Porque ha sido ese confinamiento de la experiencia cristiana a un espacio “propio”, aunque también la reducción de esa experiencia a un conjunto de prácticas rituales o de abstracciones doctrinales o morales, lo que hace imposible que Cristo pueda ser percibido como clave de lo humano.


Pero, pese a tantas sombras y dificultades, la historia de la Encarnación permanece en el espacio y en el tiempo aunque, en cierto modo y especialmente durante la modernidad, hayamos presenciado una cierta “desencarnación” manifestada en la secularización, descristianización y disolución de la propia modernidad en una cultura de la muerte, marcada cada vez más por la censura y la abolición de lo humano. Y por eso hoy más que nunca a los cristianos nos corresponde dar testimonio y dar la voz al mundo de la dignidad sagrada de la persona humana en tanto que persona humana, y de la consecuente dignidad de la razón y de la libertad.


A los cristianos nos corresponde anunciar la verdad última sobre la vida del hombre, Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6). Por eso la diaconía de la verdad es esa misión que asume la comunidad creyente dirigida a comunicar las certezas adquiridas aun a sabiendas de que, como dice San Pablo: Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial pero entonces conoceré como soy conocido (1 Co 13, 12). Sólo así superaremos esa fractura entre fe y razón, esa separación entre Dios y la creación (la realidad), característica de la modernidad.


Por eso, los miembros de esta Asociación, y en línea con lo expresado por el Concilio Vaticano II, afirmamos que Cristo, el Señor, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y descubre la grandeza de su vocación. Afirmamos también que Cristo es el Alfa y la Omega, el principio y el fin (Ap 21, 6; 22,13), que todo ha sido creado por Él y para Él y todo tiene en Él su consistencia (Cl 1, 18), que Cristo es el centro del cosmos y de la historia (Redemptor Hominis, 1) y que, como leemos en la Carta de San Pablo a Filemón, Cristo es el verdadero libertador. Por todo ello, el acontecimiento de Cristo tiene consecuencias decisivas para la comprensión del hombre y de la realidad.


Y siendo así las cosas, y porque la experiencia cristiana da respuesta a las preguntas y aspiraciones más profundas del hombre, también en esta hora de la historia, y porque, como decía Hans Urs von Balthasar, es urgente abatir los bastiones en los que está encerrada, nosotros, los últimos trabajadores de la viña del Señor, nos disponemos, desde la libertad y el afecto por todos los hombres, a comunicarla.